«Soy un marginado y, como tal, defiendo y analizo la marginación porque para mí no deja de ser un hecho cotidiano»

Eloy de la Iglesia

En los años 80 del siglo XX, espeluznantes imágenes de jóvenes y adolescentes pinchándose en sórdidos descampados llegaron a las pantallas del cine español. Barrios marginales, homosexuales, delincuentes, drogadictos y prostitutas se convirtieron en los protagonistas de una serie de películas que transmitieron desesperanza y frustración a una España que estrenaba democracia tras décadas de represión franquista. Un nuevo subgénero cinematográfico iba a reflejar esta realidad social: el cine quinqui o cine kinki.

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El cine quinqui experimentó un gran apogeo entre 1977 (Perros callejeros, José Antonio de la Loma) y 1987 (El Lute: camina o revienta, Vicente Aranda), cuando directores como Carlos Saura, José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia, entre otros, mostraron la vida marginal que se desarrollaba en los suburbios de las grandes ciudades a las que habían acudido miles de familias en busca de un futuro mejor al abandonar los campos. Sus sueños de progreso se vieron truncados por el paro y la falta de formación y estos barrios se convirtieron en bolsas de pobreza en las que reinaba la delincuencia, las drogas y la prostitución, temas clave en el cine quinqui o cine kinki. Pero los protagonistas de este cine también eran jóvenes de clase media que se sumergían en el mundo de la droga por diversión y acababan hundiéndose en los bajos fondos sin posibilidad de salir a flote. Así, incluso personajes reales como el Lute, el Vaquilla o el Pera vieron su vida llevada a la pantalla

Acabada la década de los 80 del siglo XX, está temática ha seguido ofreciendo puntualmente otros productos, como Volando voy de Miguel Albalalejo (2006) o Las leyes de la frontera de Daniel Monzón (2021) manteniendo la vigencia del cine quinqui o cine kinki, bajo la etiqueta de cine postquiqui.